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VIVIENDA POPULAR
Las viviendas eran un refugio de paz y confort, muy por encima de lo habitual por entonces en otros lugares del resto de Europa. Casi todas ellas, tanto las humildes como las de familias acomodadas, presentaban una serie de características comunes
La vivienda popular en el reino nazarí de Granada constituía el núcleo principal de las ciudades del reino, tanto de la capital de Granada como de Málaga, Almería, Baza, Guadix, Baza, o en definitiva, de cualquier centro urbano, y solía responder a un esquema bastante uniforme, general en toda vivienda musulmana, de patio central con habitaciones a su alrededor y una o dos plantas.
Los viajeros europeos que llegaron a Granada en los años posteriores a la conquista cristiana quedaron impresionados por la estrechez de las calles y por lo pequeño de las viviendas. En general, todas tenían una fachada muy pobre, de muros lisos, con algún pequeño hueco abierto en ellos y cubierto por una celosía de madera, desde el que las mujeres podían ver sin ser vistas. La mayoría de las viviendas tenían dos plantas, para aprovechar mejor el solar y también para proteger más eficazmente la intimidad del patio.
La casa exteriormente, eran muy sobrias y raramente expresaban la categoría social de sus moradores. La puerta de entrada solía ser única, pequeña y de madera. Hay pocas ventanas y son de reducido tamaño. Suelen estar cubiertas de celosías para permitir ver sin ser vistos. Debían quedar por encima de los ojos de los transeúntes. La entrada se presentaba en recodo, con zaguán, para que el patio no pudiera ser visto desde la calle.
El patio era el núcleo de distribución de la casa y el centro de la vida familiar, casi siempre con una alberca de tamaño variable, era el centro de la casa, no sólo en sentido arquitectónico sino porque en él se desarrollaba la mayor parte de la vida familiar. Si la casa lo permitía por sus dimensiones, en uno o en los dos lados cortos del patio se colocaba un pórtico con arcos. Casi siempre era rectangular y las habitaciones daban directamente a él. También era frecuente que en el patio se pusieran plantas y flores.
En muchas casas el patio cubría el aljibe de la vivienda, que se llenaba con el agua de lluvia que allí caía.
En cuanto a la disposición de las estancias, ocupando una cabecera del patio, con un arco de entrada, estaba la habitación principal. Con frecuencia, en el muro del arco se hacían unas hornacinas en las que se solían colocarse recipientes con bebidas refrescantes o con agua perfumada. La habitación era alargada y estrecha, con los dos extremos más alto que el centro, que eran las llamadas alcobas. En ella solía hacer vida el dueño de la casa. Allí recibía sus visitas, allí trabajaba y allí dormía, en uno de los extremos elevados.
En las naves laterales, generalmente muy estrechas, había habitaciones, más pequeñas que recibían la luz por la puerta y por ventanitas que, a veces, se colocaban encima de ella y se protegían con celosía de yeso.
Estancia importante era la cocina, con una pequeña despensa adosada. Solía ser la habitación más grande de la casa, después de la sala principal. Su uso, además de servir para preparar la comida, era el lugar de reunión y trabajo de las mujeres, e incluso dormitorio de la servidumbre. Los elementos básicos de la misma eran el atanor, pequeño horno tronco-
Si la familia tenía animales, la casa disponía de un establo adosado a la vivienda, aunque independizado de ella. Se entraba a él por la misma puerta de la calle, disposición que se mantienen hoy en día en algunas casas de los pueblos y campo andaluces.
Otras dependencia usuales eran el tinajero, pequeño espacio reservado en el patio, en él estaba la gran tinaja que contenía el agua para usos de la vivienda, y la letrina, que, con frecuencia, se ubicaba en el hueco de la escalera.
A la planta alta, que, normalmente, era la que habitaban las mujeres, se subía por una escalera pequeña y empinada, situada en uno de los ángulos del patio.
Los materiales constructivos eran pobres y, en parte para paliar esta pobreza, buscaban que la decoración disimulara la austeridad del entorno.
Los pavimentos eran, en su mayoría, de losetas de barro cocido, de diferentes tamaños y formas, entre los que se intercalaban piezas vidriadas de colores, combinando todo de forma que hicieran figuras geométricas. A veces se sustituía el barro por cerámica, o mármol, si la economía de la familia era buena. A los granadinos les gustaban, también, los zócalos, si la familia era acomodada, los zócalos eran de azulejos (alicatados), mientras que las familias más populares se conformaban con unas gruesas líneas pintadas sobre el enlucido de yeso, enlazadas mediante diferentes adornos.
Los techos solían ser de vigas de madera con un tablazón sobre ellas. Si se podía, se colocaba en la habitación principal una armadura, también de madera, más o menos labrada. La carpintería iba, a veces, pintada.
El ajuar doméstico era escaso. El mobiliario lo componían alacenas, arcas, braseros de metal o piedra, incluso de barro cocido, además de la vajilla y los utensilios de cocina, que eran de loza vidriada, cobre y azófar. La vajilla se guarda en huecos preparados en la pared o en cajas de madera.
En las cocinas se encontraban las calabazas llenas de agua, platos de barro cocido, olas de cobre, sartenes, orzas, odres, tinajas, cestos de esparto y servilletas (en árabe mandil).
Una despensa encerraba las tinajas en las que se guardaban los encurtidos, la harina, la miel, el aceite, el vinagre, la carne, en fin todo lo necesario para el año.
En las habitaciones principales se colocaba unos largos asientos en las paredes, mientras que en uno de los dos laterales había una tarima cubierta de cojines, sobre la que se sentaba el dueño de la casa.
El ajuar del dormitorio era un colchón, o varios superpuestos, con sabanas que solían estar bordadas, colchas y mantas de lana o de paño. También la almohada formaba parte del ajuar.
El suelo se cubría con esteras de esparto o con alfombras de lana de colores vivos.
De los muros de las casa más pudientes colgaban tapices de seda o de lana. En verano podía cambiarse la lana por el cuero, tanto en los cojines como en alfombras y tapices.
El alumbrado se hacía con candiles o con lámpara de barro o de metal.
En el barrio del Albaicín se conservan casi un centenar de estas casas, que constituyen un patrimonio de gran valor arquitectónico e histórico, muchas de ellas todavía en un estado precario de conservación.